Me preguntan que cuándo comencé a correr...Miro atrás y pienso en todas las veces que he estado ahí, los momentos en los que vivía para ello, entreno tras entreno, los momentos en los que me lesioné, los momentos en los que aparecieron otras pasiones.
Me preguntan que cuándo comencé a escalar...Miro atrás y pienso en todas las veces que he estado ahí, los momentos en los que vivía para ello, cada vía, cada vuelo, el esfuerzo, los momentos en los que me lesioné, los momentos en los que aparecieron también otras pasiones.
Me preguntan que cuándo comencé a nadar...Y miro aún más atrás y pienso en todos los largos nadados, los momentos en los que mis manos vivían siempre arrugadas...
Me preguntan que cuándo comencé con el yoga...Miro atrás y tampoco hace tanto tiempo, pero el suficiente para poder sobre lo que me llevó a él, un encadenamiento de pasiones truncadas por lesiones, caídas, carreras intensas intentando huir de mí misma, la adicción a la adrenalina y a las endorfinas y, al mismo tiempo, una búsqueda de paz.
Ahora hago todo: corro, nado, escalo, practico yoga y siento que no importa el tiempo, los logros, que no importa caerse si sé que me puedo levantar, que no importa ir más rápido, ni más arriba sino llegar donde a mí me apetezca llegar, que no hay más objetivo que el de sentir y experimentar, descubrirse a cada paso, a cada brazada y en cada respiración. No hay más objetivo que vivir con toda la intensidad de la que soy capaz cada momento, en cada sonrisa bajo el agua, en cada salto de carrera, en cada movimiento en la roca.
Ante el mundo declaro que cada vez que voy a nadar dedico varios largos a bucear sonriendo bajo el agua, cerrar los ojos, dar vueltas y vueltas en espiral, sentirme embrión de nuevo. Cada vez que salgo a correr dedico varios minutos a parar, cerrar los ojos, respirar, sentir mi cuerpo activo tras la carrera, fotografiar todo aquello que me encuentro, saltar y, por qué no, cantar. Cada vez que practico yoga no me esfuerzo en llegar a la máxima conexión entre cuerpo y mente, tan sólo me abandono a lo que mi cuerpo sea capaz de hacer, observándolo como si fuera un niño, a veces incluso riendo.
Y es curioso que ahora que tengo en mente objetivos concretos es cuando menos fanatismo encuentro. No siento ese puñal en mi espalda que siempre me empujaba a esforzarme al máximo cada día, y no lo encuentro porque no lo necesito, porque el disfrute, el gozo que siento cada vez que corro, nado, escalo o practico yoga son suficientes para hacerme seguir adelante. No siento que tenga ya que demostrar-me. Pero sí siento que queda cada día mucho por disfrutar-me y gozar-me.
Gozo por vivir, gozo por sentir todo como si fuese la primera y última vez, gozo por recoger entre las manos todo aquello que la vida te presenta, gozo por sentirme libre, con múltiples posibilidades, ágil, viva, latente. Gozo por ser capaz de divertirme, por dejarme ser.
Me preguntan que cuándo comencé a escalar...Miro atrás y pienso en todas las veces que he estado ahí, los momentos en los que vivía para ello, cada vía, cada vuelo, el esfuerzo, los momentos en los que me lesioné, los momentos en los que aparecieron también otras pasiones.
Me preguntan que cuándo comencé a nadar...Y miro aún más atrás y pienso en todos los largos nadados, los momentos en los que mis manos vivían siempre arrugadas...
Me preguntan que cuándo comencé con el yoga...Miro atrás y tampoco hace tanto tiempo, pero el suficiente para poder sobre lo que me llevó a él, un encadenamiento de pasiones truncadas por lesiones, caídas, carreras intensas intentando huir de mí misma, la adicción a la adrenalina y a las endorfinas y, al mismo tiempo, una búsqueda de paz.
Ahora hago todo: corro, nado, escalo, practico yoga y siento que no importa el tiempo, los logros, que no importa caerse si sé que me puedo levantar, que no importa ir más rápido, ni más arriba sino llegar donde a mí me apetezca llegar, que no hay más objetivo que el de sentir y experimentar, descubrirse a cada paso, a cada brazada y en cada respiración. No hay más objetivo que vivir con toda la intensidad de la que soy capaz cada momento, en cada sonrisa bajo el agua, en cada salto de carrera, en cada movimiento en la roca.
Ante el mundo declaro que cada vez que voy a nadar dedico varios largos a bucear sonriendo bajo el agua, cerrar los ojos, dar vueltas y vueltas en espiral, sentirme embrión de nuevo. Cada vez que salgo a correr dedico varios minutos a parar, cerrar los ojos, respirar, sentir mi cuerpo activo tras la carrera, fotografiar todo aquello que me encuentro, saltar y, por qué no, cantar. Cada vez que practico yoga no me esfuerzo en llegar a la máxima conexión entre cuerpo y mente, tan sólo me abandono a lo que mi cuerpo sea capaz de hacer, observándolo como si fuera un niño, a veces incluso riendo.
Y es curioso que ahora que tengo en mente objetivos concretos es cuando menos fanatismo encuentro. No siento ese puñal en mi espalda que siempre me empujaba a esforzarme al máximo cada día, y no lo encuentro porque no lo necesito, porque el disfrute, el gozo que siento cada vez que corro, nado, escalo o practico yoga son suficientes para hacerme seguir adelante. No siento que tenga ya que demostrar-me. Pero sí siento que queda cada día mucho por disfrutar-me y gozar-me.
Gozo por vivir, gozo por sentir todo como si fuese la primera y última vez, gozo por recoger entre las manos todo aquello que la vida te presenta, gozo por sentirme libre, con múltiples posibilidades, ágil, viva, latente. Gozo por ser capaz de divertirme, por dejarme ser.
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