miércoles, 20 de noviembre de 2013

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De verdad, de verdad, de verdad te lo digo...¡Que yo vivo en otro mundo! Pero que este mundo también está aquí porque yo veo mis pies en el suelo, sobre los pedales de mi bicicleta, aleteando en la piscina, fresquitos al meterse en la cama descalzos. Y si soy incoherente es por pertenecer a dos sitios distintos, la tierra firme, la de horizontes en linea, la de leyes físicas y químicas que explican el por qué de las cosas, causa, efecto y consecuencia, claridad de pensamiento y gusto por las cosas que nos hacen sentir bien aquí: un buen vino, dinerito a fin de mes, trabajo, profesión, pareja y piso, que no falte, el nidito de amor, seguridad y refugio. 

Pero es que también pertenezco a otro mundo. Un lugar en el que, para bien o para mal, me escondí de niña. En este mundo no pasa el tiempo porque sigo teniendo los ojos grandes,bien abiertos y todavía soy capaz de hacer pompas con las babas que caen de mi boca. Aquí los desayunos son de colacao y los pijamas son enteros para que los pies nunca toquen el suelo. Llevo zapatos de charol y sueño con lo que voy a hacer en mi otro mundo, ese que toca suelo. Así que hay días en los que juego a querer ser una gran ejecutiva en el mundo del marketing y la comunicación. Me imagino bien peinada, con traje, el ojo pintado, estrechando manos al entrar en una reunión, recogiendo a los niños con un suspiro de agotamiento al salir de trabajar, disfrutando de una copa de vino en mi super cocina de diseño junto a él, con sus mangas de camisa arremangadas, conversaciones de trabajo, un par de chistes y a la cama con sábanas de algodón egipcio y camisón de satén. Pero luego pienso que no tengo valor para enfrentarme a nadie en una reunión cuando mi niña se siente asustada o tiene ganas de jugar. Que se me escapa la vida por la ventana del despacho, que me capan el ordenador y no puedo escuchar spotiy y que mis ojos grandes, estilo manga japonés, se achican escuadriñando números en interminables páginas de excel...

Otras veces sueño con ser todo lo contrario. Vivir en pijama, hacer yoga, comer bien, ser alternativa, revolucionaria, transgresora e innovadora. Sentir la calma en mi interior aunque sea a golpe de flores de bach y asanas infinitas. 

O una de sueños creadores, otra vida bohemia en la que dejo que mis dedos fluyan, me reconcilio con un piano, con un teclado, con las páginas vacías de una libreta, con la indecisión...Escribo, creo y compongo. Dejo que todos los colores de mi vida, las emociones que tanto me suben y bajan escapen por estos dedos largos y huesudos. 

También sueño con escalar, ser libre, montar en bicicleta, correr, nadar, subirme al Everest a la pata coja, volar y viajar, atravesar Mongolia a lomos de un caballo blanco con la melena al viento.

Así que sí, soy incoherente porque mi niña sueña, sueña y sueña. Y todos estos sueños, todos ellos juntos son lo que hacen este yo.  Imágenes y situaciones. En unas soy madre, en otras amazonas, a veces siento mi cuerpo redondo, femenino, relajado y otras veces sueño con músculos definidos que me permitan saltar hasta el infinito. 

¿Y qué quiero? Pues es que lo quiero todo, porque soy niña, porque soy libre y porque nadie nunca me dijo que no pudiera soñar e intentar hacer todo lo que uno quiere en esta vida. Así que posiblemente me cueste tiempo, cambios, alegrías y decepciones, pero quizás algún día consiga ser una gran profesional, innovadora, rebelde,  madre de dos bellas criaturas, tocar y crear en mis tiempos libres y permitirme soñar y ser libre con mi música, mis voladuras y mis viajes, mientras escalo con fuertes brazos y vientre y caderas de mujer.

También quiero no etiquetarme, dejar que la tierra y el tiempo cambien mi pijama de invierno por uno de primavera y llegar finalmente a uno de verano, con los pies descubiertos. Que los cambios sean suaves, para no confundirme, que mis células, que mi cuerpo y todo mi ser acepte y no tenga miedo.

Y quiero escuchar a esta niña que a veces grita  porque nadie la educó, porque nadie le explicó que la rabia es pasada y en la tierra de otoño hay sueños en las hojas, en las esquinas, en ojos entrañables que aparecen de un salto para entregarte tu vida en sueño empaquetada con un lazo.

Aunque otras veces grita con razón, porque reclama ser tan fiel a sus sueños como al plátano batido con chocolate, porque no entiende por qué el agua no tiene sabor o por qué la selva tiene que ser selva y no puede pasar a estepa o sabana igual que cambian las estaciones. Y por qué no poder disfrutar de un caramelo de fresa y mañana de uno de menta, y hoy verlo todo negro y mañana con filtro de color violeta.


 ¿Y por qué no si ella es así?


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