Llevo dos días dándole vueltas a mis vacaciones de Navidad. Sabía que iban a ser intensas pero no me imaginé que lo fueran a ser tanto. No es que haya hecho nada de otro mundo, o al menos nada que no hiciera el año pasado, pero supongo que las situaciones y las emociones que se desarrollan en cada momento son siempre distintas. Esta vez me sentí libre para comer, para compartir y creo que todos en la mesa conseguimos llegar a un nivel superior de respeto y entendimiento. Durante la cena no hablamos tanto de recetas, ni de las energías que nos mueven, pero cada uno tuvo su espacio en su plato. Ellos tomaban los garbanzos con huevo y pimentón, yo solos con cuchara de madera y él siguió con su arroz integral con cucharadita de gomasio. Por la noche unos tomaban jamón, otros le dábamos al paté de shiitake y por las mañanas nuestra mesa era un buffet a gusto de todos: compota de manzana casera, cereales de trigo sarraceno, muesli, leche de arroz, mermelada de naranja, pan para tostadas, crema de arroz, canela, tortitas, aceite de sésamo, mantequilla y selección de tés: verde con alga wakame, darjeeling, kukicha, earl grey y rooibos.
Visto así puede parecer una tontería dedicar siempre tanto tiempo y atención a lo que apareció encima de nuesta mesa, pero nunca imaginé que pudiera escribir algo así en mi blog. Me ilusiona. Sí, me ilusiona y me tranquiliza, porque esto es lo que siempre deseé, poder comer todos en paz, respetándonos los unos a los otros, masticar sin sentirme observada ni por elllos ni por mí misma. Repetir y verle a mi madre sonreír. Defendida, respaldada y querida. Así me sentí. QUERIDA. Ellos, yo, el universo, Júpiter y Saturno confluyendo, esfuerzo o los efectos del arroz integral...La verdad es que no sé cómo llegamos a este punto y no a otro pero al menos sé que yo he llegado a un punto, a una meta volante, a la cima de un pequeño cerro desde el que divisar otras cimas.
Llevo varios días dándole vueltas a mis vacaciones y anoche rompí a llorar de puro entendimiento. Lágrimas de nostalgia por todos estos años mal aprovechados. Anoche era una boca que sonreía mientras se tragaba el agua salada de una realidad por fin aceptada. Estas Navidades acepté y comprobé que yo soy así, comprendí que no se me puede aceptar si yo no creo en mi propia verdad. Estas Navidades llegué a casa con unos kilos de más y no me sentí avergonzada, no me recluí en mi interior flagelándome por saltarme mis normas. Estas Navidades le dije a mi madre que había engordado y su respuesta fue "me alegro". Y yo lloré, sí, lloré, porque a ella le dio tanto igual como a mí en ese momento. Y supongo que ya está bien de tanto jeroglífico mientras escribo, de tanto caminar con esta mochila y no tener ningún sitio donde apoyarla. Este año no he cambiado la mochila por una nueva, sino que la he mandado a tomar por culo, allá lejos donde se pierda por siempre jamás. Este año ya no me importa tanto mi aspecto, lo que se ve, porque en mí hay otra voz que siempre estuvo callada, censurada y que hoy habla en plena democracia. Mi voz.
Estas Navidades me fui a esquiar con mi padre y no me cansé corriendo tras él cuesta arriba porque estar con él era más importante que cualquier cansancio. Tampoco me abandoné al miedo en la nieve helada porque seguir su rastro en las pistas era más importante que una caida. En estas Navidades todo ha sido cuestión de prioridades. Un día más para jugar con mi hermano, un abrazo más, siempre con ganas de uno más. Estas Navidades escuché las cañas de pescar en el espigón de Hondarbi, escuché mis pasos, la conversación entre un niño y un abuelo sentados en la playa, escuché lo que todos llevan dentro y también escuché mi yo. Y resulta que mi yo no es ni gordo ni flaco, no lleva maquillaje y tampoco encadena 7c. Resulta que mi yo es un personajillo risueño al que le gustan los abrazos tanto como a Myura, es un duendecillo travieso amante de la comida sana y vegana, adicto a las zanahorias con tahini y a las almendras. Mi yo es cocinillas, algo vago, sincero, leal y sensible, tanto que antes se culpaba por el dolor de los demás y salía corriendo, tanto que escribe cosas como estas, tanto que es capaz de llorar durante quince años para salir de ese agujero en el que un día tropezó por no saber cómo se afronta el dolor.
En fin, en estas vacaciones mi padre me dijo algo muy bonito y es que soy libre porque decido y estas Navidades sólo decidí ser, que ya es bastante.
Y aquí van las fotos de esta Navidad.
5 comentarios:
...un abrazo más... siempre con ganas de uno más... :)
Un silencio que intenta decirlo todo...
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Me alegra mucho leerte estas cosas... y lo digo.. que bien te sienta ...juerrrrrrrrrr....
Un abrazo enorme y cargado de sonrisas... :-))
Se me han encharcado los ojos y todo... precioso. Y preciosa ;)
Cuanta razón tienes en lo que has escrito...Es un placer caminar ligero por esta vida.
Un Abrazo.
Hay algunas mochilas que lo único que hacen es estorbar. Bss.
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