Siempre fui una niña introvertida, pensativa y curiosa. Siempre quería ir más allá, llegar a ese mundo de lógica que parecía invisible al resto de mortales y, sobre todo, encontrar a alguien que me tranquilizara, que me dijera que mis ideas no eran extrañas, tan sólo distintas.
Hubo una época en la que me dio por pensar que yo en realidad no veía lo mismo que los demás, pero que por medio del aprendizaje había aprendido a reconocer y nombrar mi realidad de la misma forma que los demás. De esta manera, lo que para mi madre era azul podía ser verde para mí. Me aterraba pensar que quizá los colores eran distintos y que quizá yo era un bicho raro con una visión distorsionada del mundo, y peor aún, me atormentaba el saber que nunca podría ver igual que los demás. No sabía si lo que yo llamaba mesa era en realidad una mesa, si mis padres veían la mesa igual que yo, o si veían una silla. No sabía si mi cama de madera rosa era de este color realmente o si toda ella era azul. ¿Cuál era mi color favorito entonces? ¿Acaso me gustaba el azul cuando todos veían amarillo? ¿Y si mi cara no era realmente como yo la veía y mi piel fuera verde y mi pelo morado? ¿Y si las distancias no fueran como yo realmente las sentía sino que el mundo tuviera una dimensión y una percepción distintas a las mías?Afortunadamente esto sólo duró una época y, con los años, me dí cuenta de que todos vemos lo mismo, menos los daltónicos. Ups!
La cuestión es que me he dado cuenta de que no fui la única que se planteó este tipo de cuestiones. Los hermanos Fesser en el milagro de P Tinto ya lo decían cuando anuncian a su hijo blanco que es negro y hoy, hoy me he quedado sin palabras cuando leyendo un relato de Salinger me he topado con esto:
-¿Cómo sale uno de la dimensión finita?-preguntó, con una breve carcajada-quiero decir, para empezar de una forma muy elemental, un trozo de madera es un trozo de madera, por ejemplo. Tiene largo, ancho...
-No los tiene. Ahí es donde usted se equivoca-dijo Teddy-Todos creen que las cosas se acaban en un cierto punto. No es así. Eso es lo que trataba de decirle al señor Peet- La única razón por la cual los objetos parecen acabarse en cierto punto es porque la gente no conoce otra manera de mirarlos, pero eso no significa que sea así.
Así que después de todo un fin de semana prácticamente encerrada en casa leyendo, me quedo tranquila sabiendo que mis razonamientos son totalmente normales, siempre y cuando tomemos a Salinger y a los hermanos Fesser por "normales", claro.
3 comentarios:
pues que sepas...a mi tambien me ha pasado!!!
Añádeme a la lista...
No está nada mal tener a los Fesser como guías espírituales.
;-)))
( recién llegado de la biblio, acaba de entrar por la puerta
"Ya no te necesito".. ;-))
ya te contaré...
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